[186 Cayuga St., St. Paul, Minnesota: 1958]
Ernest Brandt, who was my mother’s boyfriend for some forty-years, found out my secret when I was eleven years old, back in the summer of ’58, in St. Paul, Minnesota. He had about half acre of land in the city, and a big garden and he gave me a small section of it, to grow carrots.
Well, I was grateful, and so I tried to copy him by planting my seeds in a number of rows: not too close to each other, and not too far apart, and I’d pick out the weeds, water my patch in the garden, and so forth and so on; but my carrots just didn’t grow like his: but my envy did.
Well, we lived next door to each other; an empty lot separated the houses. In any case, it wasn’t a long hike to his garden: just a short walk across the field and a simple jump over his fence.
So it was that that every so often I’d go and check on my garden to see how my carrots were doing and they were not doing very well, not compared to his anyhow. Therefore, this one day, summer day, in 1958 my mother had just come down to visit him (he could see her walking from our home to his), and so I knew he’d not be back in the garden for the rest of the evening. They took turns going to each other’s houses, but as time went on, and I got older, it seemed she preferred his house, perhaps because of my grandpa and his orneriness.
In any case, Ernest went into his house, and I got to looking at his garden, comparing it to mine, since they were side by side, and he had many different vegetables growing in his garden, but somehow I was more interested in how his carrots were growing. The top of his carrots were as round as my writs, and mine were as round as my thumb: this was not just, not fair by any means, so I felt, and envy set into me, like white on rice.
Consequently, I looked here and there, mostly at the backdoor that lead out to a wooden platform, an open porch kind of, to see if Ernie was coming, and he wasn’t. Carefully I dug around a big carrot of his, pulled it out, from the back row by the fence, surely I thought, he’d not miss this one simple big carrot among so many. Then I padded the dirt around it so he’d not expect any dirty deeds were played on him (but life is never so sweet, and simple, is it: what goes around comes around, and when it does it often smashes right into you).
So the deed was done, and I went back home to watch television with grandpa-I hid a few apples in the side of the sofa as I usually did so grandpa would not see them, because across from me he sat, watching me as usual, like a hawk, and watching television as usual, a western as he liked most often, and when he’d spot my fruit, he’d say, “Vhen you e’er goin’ to stop eatin’ ?” his pipe half out of his mouth, as if it was going to drop any minute on the floor, half lit he’d put it in the ashtray burning slowly, sit back in his sofa chair again, refocus on his western.
Accordingly I’d hide the rest of my fruit, and he’d think I was eating my first apple or orange all the time, and that was it, and not be the wiser to my little ploy until I was brave enough to get up and go out to the kitchen open the noisy refrigerator, and who could hide that charade, yet it would be my fifth or sixth.
Anyhow, about 9:30 PM, my mother came home with Ernie, he always walked her home, and they were in the kitchen. My mother asked me to come in the kitchen for a moment, and every time she asked that, I knew I was in trouble. And I was in trouble, and I did go into the kitchen. Ernie was there with a big carrot in his hand, for a moment I thought it was just some vegetables from his garden he’d often bring over to the house for my grandpa or mother, and he said:
“Does this look familiar?”
“No,” I said, “Why?” (But of course it did look very familiar.)
“I think it does,” said my mother, with a hawk’s eye, that looked through me.
“Well,” she said, “Ernie found this in your garden, and for some odd reason it didn’t seem to belong there with all your little carrots.”
I had replanted it you see, thinking how proud I’d be to show it off later.
“Yup,” I said (I couldn’t talk my way out of it I knew), adding, “I, I didn’t think taking one carrot would matter, I mean you got all the big ones, I got only small ones.”
Perhaps a little logic to my statement, but surely not justification for the theft and I guess that is what it really was. Now that I look back, I think they were trying to hold back the humor of the situation, but it was stealing nonetheless, and it had to be dealt with. Little white sins, or distortions, or deletions, they all add up after a while and become big white sins, and then who knows where it could go, or lead into to, and I’m sure that is what my mother was thinking. But I would never have made a thief; I got caught all the time that is the few times I tried to get away with something.
“Didn’t it seem obvious that it would stand out?” asked my mother (I think my envy blinded me). I simply shrugged my shoulders, I wasn’t thinking logically.
I looked a bit anxious for being caught; I guess I was sorrier for being caught, less sorry for taking the carrot: in any case, I said, “I never thought of it.” And that was the truth.
Written in St. Paul, Minnesota, 9-24-2005/revised 3-3009
Spanish Version
La Zanahoria Grande
[Calle Cayuga # 186, San Pablo, Minnesota: 1958]
Ernesto Brandt, quien fue el enamorado de mi madre por cerca de cuarenta años, descubrió mi secreto cuando yo tenía once años de edad, allá en el verano de 1958 en San Pablo, Minnesota, Estados Unidos. Él tenía cerca de medio acre de terreno en la ciudad y un jardín grande y él me había dado una pequeña sección de este para plantar zanahorias.
Bueno, yo estaba muy agradecido y por eso traté de imitarlo plantando mis semillas en varias filas, no tan cerca uno del otro y no tan separadas tampoco, y yo le sacaba la mala hierba, regaba el trozo del jardín, etc.; mas mis zanahorias no crecían como las de él, pero mi envidia sí.
Bien, vivíamos uno cerca del otro; con un terreno vacío que separaba las casas. En todo caso, no era una larga caminata hacia su jardín; sólo un corto recorrido a través del campo y un simple salto sobre su cerco.
Por eso era que cada cierto tiempo iba a revisar mi jardín para ver cómo iban mis zanahorias y ellas no estaban muy bien, no comparadas con las de él, en todo caso. Así que, este día de verano en 1958, mi madre justo había bajado a visitarlo (él la podía ver caminando hacia su casa) y por eso yo sabía que él no volvería al jardín por el resto de la tarde. Ellos se turnaban yendo a la casa del otro, pero mientras el tiempo pasaba y yo crecía, parecía que ella prefería ir a la casa de él, talvez debido a mi abuelo y a su mal carácter.
En todo caso, Ernesto entró en su casa, y yo me quedé mirando a su jardín, comparándolo con el mío, ya que ellos estaban uno al lado del otro, y él tenía muchos vegetales creciendo en su jardín, pero de alguna forma yo estaba más interesado en ver cómo sus zanahorias iban creciendo. La parte de arriba de sus zanahorias eran tan redondas como mis muñecas, mientras que las mías eran tan redondas como mi pulgar; esto no era justo, no por ningún medio, eso yo sentía, y la envidia se apoderó de mi, como mi sombra.
Consecuentemente, miré aquí y allá, más que nada hacia la puerta de atrás que conducía afuera a una plataforma de madera, una especie de terraza abierta, para ver si Erni estaba viniendo, y él no lo estaba. Cuidadosamente escarbe alrededor de una de sus zanahorias grandes, y la jalé, de la fila trasera del cerco. Pensé que seguramente él no notaría esta simple zanahoria grande entre muchas otras. Luego rellené el hueco con tierra, así él no sabría que alguien le había jugado un acto sucio (pero la vida no siempre es tan dulce y simple, es: lo que va, viene y regresa, y cuando esto sucede a menudo choca directo en ti)
Entonces el hecho estaba dado y volví a casa a ver televisión con mi abuelo-escondí unas cuantas manzanas por el lado del sofá, como usualmente lo hacía para que mi abuelo no las viera, porque él se sentaba al frente de mi, mirándome como un halcón como siempre, y viendo una película del oeste como frecuentemente a él le gustaba, y cuando él miraba a mi fruta decía “¡cuándo vas a parar de comer!” su pipa casi la mitad afuera de su boca, como si se iba a caer al piso en cualquier memento, él la ponía sobre el cenicero medio encendida quemándose lentamente, y se sentaba de nuevo en su sofá centrándose en su película del oeste de nuevo
En consecuencia yo escondía el resto de mi fruta, y él pensaba que yo estaba comiendo mi primera manzana o naranja todo el tiempo, y no descubría mi pequeña estratagema hasta que yo fuera lo suficientemente valiente para levantarme y salir a la cocina a abrir el refrigerador ruidoso, y quién podría ocultar aquella charada, aunque sería mi quinta o sexta fruta.
En todo caso, alrededor de las 9:30 de la noche, mi madre vino con Erni, él siempre la acompañaba de regreso a casa, y ellos estaban en la cocina. Mi madre me pidió que fuera a la cocina por unos minutos. Cada vez que ella me pedía esto yo sabía que estaba en problemas. Y estaba en problemas, y fui a la cocina. Erni estaba allí con una zanahoria grande en sus manos, por un memento pensé que eran sólo algunos vegetales de su jardín, ya que él frecuentemente traía algunos a la casa para mi abuelo o mi madre, y él dijo:
“¿Te parece esto familiar?”
“No” le dije, “porqué” (pero por supuesto que este me parecía muy familiar)
“Creo que sí lo es” dijo mi madre, con unos ojos de halcón que me traspasaban.
“Bueno” ella dijo, “Erni encontró esto en tu jardín y por alguna rara razón parecía que esta no pertenecía allí con todas tus pequeñas zanahorias”.
Yo lo había replantado, ya ves, pensando cuán orgulloso estaría de mostrarlo más adelante.
“Si” dije (sabía que no podía escaparme) añadiendo “Yo, yo no pensé que sacando una zanahoria importaría, quiero decir que tú tienes todas esas zanahorias grandes, mientras que yo sólo tengo unas pequeñas”
Talvez era un poco de lógica a mi afirmación, pero por seguro no era una justificación por el robo y supongo que esto era en realidad. Ahora que recuerdo, creo que ellos estaban tratando de aguantarse la risa por lo gracioso de la situación, pero era un robo nada menos y tenía que ser tratado como tal. Pequeños pecados blancos, distorsiones, o supresiones, todos ellos suman después de un tiempo y se convierten en enormes pecados blancos, y luego quién sabe a dónde podrían ir, o conducir, y yo estoy seguro que eso era lo que mi madre estaba pensando. Pero nunca me hubiera convertido en un ladrón, siempre fui descubierto, es decir las pocas veces que traté de salirme con algo.
“¿No te parecía obvio que este resaltaría?” me preguntó mi madre (creo que mi envidia me cegó). Simplemente yo encogí mis hombros, no estaba pensando razonablemente.
Parecía un poco preocupado por haber sido descubierto; creo que estaba más arrepentido por haber sido descubierto y menos arrepentido por haber cogido la zanahoria; en todo caso, dije: “nunca lo pensé así.” Y esa era la verdad.
Escrito en San Pablo, Minnesota el 24 de febrero del 2005. Revisado en mazo del 2009.